lunes, 22 de diciembre de 2008

Carlos Gazzera (*) dijo:

"Jorge Cuadrado ha escrito una novela que lo sitúa entre los escritores más interesantes de la literatura argentina. Su personaje tiene la densidad de los personajes de los grandes novelistas de la Argentina. Cualquier comparación sería arbitraria y desmedida pero quiero que recuerden estas breves palabras de un lector. La pulpa de la literatura futura está en las páginas de novelas como la que ha escrito en esta ciudad Jorge Cuadrado y su nombre debe figurar entre los nombres de aquellos escritores que en los últimos años han marcado a fuego nuestra literatura, argentina como cordobesa. Hablo de colocar a Jorge Cuadrado en el escaparate de una imaginaria librería donde sus libros se vendan junto a los libros de Juan José Saer, Antonio Di Benedetto, Andrés Rivera, Abelardo Castillo, Ricardo Piglia o María Teresa Andruetto, Fernando López, Perla Suez, pero también a nuestras esperanzas cordobesas, Hernán Arias, Federico Falco, Augusto Porporato y Alejo Carbonell. Esa sería la vidriera que me gustaría para una auténtica Librería Argentina."

(*) Director de EDUVIM, Editorial Universitaria Villa María

jueves, 18 de diciembre de 2008

Carlos Presman (*) dijo:

"Un país para César Ferri es una interesante invitación a la lectura. Jorge, gracias por equivocarte de nuevo como con Romagosa, invitándome a presentar tu novela. Para mí es como un regalo para el día del médico por lo tanto tomen este comentario como de quien viene.
Les propongo un ejercicio de desmesura porque este libro se lo merece. Lleva todos los ingredientes que se le pide a una novela: entretenida, ágil, actual, apasionada, reflexiva, profunda, crítica, ambigua y redonda. Un historia de ficción que te agarra del cuello en la primera página y sin importarle el día ni la hora, no te suelta hasta la última. ¿Todo eso? Sí y más…. Por ser una novela extraordinaria, intentaré una presentación extraordinaria que trascienda el lenguaje por eso traje esta matrioska: tradicionales muñecas rusas cuya originalidad consiste en que albergan otras muñecas en su interior. Así funciona Un país para César Ferri, como historias dentro de otras historias, una: la historia familiar. Dos: la historia personal. Tres: la historia política y social. Cuatro: la historia filosófica. Y cinco: la historia sicológica. Me quedo con esta última y digo… En la mitología griega, Narciso era un joven de gran belleza, doncellas y muchachos se enamoraban de él; pero Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen y acabó arrojándose a las aguas y allí creció la hermosa flor, el Narciso. Jorge recrea el mito de Narciso, que huía de los espejos porque había vaticinado que mirarse a sí mismo sería su perdición. Por lo tanto no lo mató el deslumbramiento de su belleza, como dicen todos, sino el deseo frustrado de saber quién era. En el mito de Edipo, este emprende las averiguaciones para descubrir al culpable de la muerte de su padre, y gracias a Tiresias (el ciego) descubre que en realidad es hijo de Yocasta (su madre) y Layo (su padre), y que es él mismo el asesino que anda buscando. Al saber Yocasta que Edipo era en realidad su hijo, se suicida. Horrorizado, Edipo se quita los ojos y abandona el trono de Tebas, escapando al exilio. César Ferri, en el transcurso de la novela se mira el espejo buscándose, y de principio a fin está la ausencia del padre y la presencia de la madre, si hubiera nacido en Tebas tendría mucho de Edipo, incógnita que los lectores sabrán develar, y agregan a esta novela una urdimbre mítica. UPCF, una novela de Jorge Cuadrado.
Si Romagosa tenía el soporte periodístico de la crónica histórica, esta novela de ficción, es novela pura de puro escritor."


(*) Médico y escritor.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Imágenes de la Presentación de Un país para César Ferri de Jorge Cuadrado





El miércoles 3 de diciembre a las 20:30 hs. se realizó la presentación de Un país para César Ferri, segunda novela de Jorge Cuadrado a quien acompañaron Roberto Battaglino, Carlos Gazzera, Jorge Londero, Fernando López y Carlos Presman. El cierre de la presentación estuvo a cargo de Raúl Porchetto, figura mítica del rock nacional, quien interpretó la Canción de Alicia en el país de Serú Giran.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Un país para César Ferri




César Ferri ya no se reconoce en el espejo. Acaba de golpear a su mujer y profanar la habitación de su hijo pero no tiene tiempo de arrepentirse. El gobernador lo espera en el aeropuerto para viajar a una reunión clave en la capital. Un semáforo lo detiene en la madrugada y el acecho de dos extraños cambiará el curso de su día.

Me desespero. Perdí el control de mis movimientos y nada de lo que hago tiene sentido. Giro la llave, creo, y pateo el acelerador. El Alfa se ahoga. Esta vez el silbido suena en la vejiga, en los testículos, y me cierra la garganta. Es miedo, Ferri, y no sabés rezar.

Acompañado por una desconocida y mientras intenta dilucidar lo que sucede con el avión del gobernador, Ferri se verá en la disyuntiva de construir su propio país o conformarse con el que hicieron los demás.

La voluntad es pura ilusión. La conciencia, el resultado de impulsos eléctricos y reacciones químicas. Dios, un programador de criaturas biológicas. Frente a tales desafíos, César Ferri se obliga a explorar las cavidades humanas y averiguar quién gobierna en secreto la vida de los hombres.
La prosa directa y sin concesiones de Jorge Cuadrado vuelve a sorprendernos. Con el ritmo de una road movie y un original despliegue de recursos estilísticos y argumentales, el autor de Romagosa, una historia imperfecta, compone sin fisuras otro personaje entrañable, acorralado por la incertidumbre. Como en su primera novela, pero en el siglo veintiuno.


Jorge Londero

Comentarios

Reseñas

Capítulo I


sábado, 1 de noviembre de 2008

Un país para César Ferri, capítulo uno.

Tuve que dormir en la cama de mi hijo.

Habíamos discutido con el desinterés de siempre hasta que Isabel dijo que una puta era menos servil que ella. Me sorprendió, porque no suele usar esos modos, pero aun así esperé una continuación razonable: mi pedido de calma, su última advertencia, un té de hierbas. Te equivocaste, Ferri, lo que hizo fue descargar una andanada de reproches y refregarte todo lo que había resignado por estar con vos.

Entre otras revelaciones, dijo que le hubiese gustado ser actriz. Un buen marido habría pedido perdón por veinte años de indiferencia y aceptado sin objeciones una condena, pero yo ni siquiera había tenido un sueño y no por eso iba a echárselo en cara. Así que cuando le escuché decir que la irritaban mis certezas, solté una carcajada. No hubo tiempo de decirle que no me reía de ella. Empezó a gritar. A repetir que cada día me parecía más a mi padre. No debería haberlo hecho.
Empecé a ver manchas. El aire era oscuro, los muebles me caían encima y la propia Isabel se había convertido en una imagen deforme. Tuve que defenderme a trompadas. Dos, quizás tres. Después la vi en suelo, resbalando, y no alcancé a ayudarla: se incorporó como pudo, corrió por la escalera y se encerró en el dormitorio.
De repente estaba solo frente al ventanal del living, con la botella de Jack Daniels en la mano y la ciudad que se desparramaba más allá de la barranca. Ni el invierno ni la noche tenían respuestas. Busqué en el garaje la colcha que usamos para que no se llene de polvo la mesa de ping pong, la sacudí, apagué las luces y me acosté en el sofá. Es increíble lo angosto que puede ser un sofá después de una pelea. Me acomodé de un costado, del otro, acerqué la mesa ratona para no caerme, me levanté, busqué sin éxito pastillas en la heladera. Isabel no dejaba de llorar. Era un llanto contenido, es lógico, también ella tiene su orgullo, pero lo escuchaba tan claro que pensé que era su forma de llamarme. Entonces subí despacio, guiándome por los gemidos, entusiasmado con la idea de cambiar las cosas. Cuando alcancé el rellano y no los escuché, supuse que se había puesto en guardia y me mantuve unos minutos a la expectativa. Un tipo decidido la habría enfrentado lo mismo, en cambio vos, Ferrito, presumiste que para ser valiente bastaba con no retroceder y te escondiste en la pieza de tu hijo.
Abrí la cama pero no resultó fácil: la culpa destila un olor que se impregna en las sábanas. Tampoco las opciones intermedias como taparme con el cobertor o dormir en la alfombra me hubiesen enaltecido. Así que me senté a esperar una solución y tuve suerte: Isabel volvió a llorar. Esta vez era un ahogo intermitente, una o dos bocanadas de aire seguidas de un suspiro. Creí que me estaba dando otra oportunidad y para no volver a fracasar gateé hasta la puerta del dormitorio y pegué la espalda contra la pared, como un espía de comedia. Conté hasta cien. Imaginé que me ofrecía compartir la almohada y se acurrucaba conmigo. Pero lo cierto es que no tuve el valor de entrar y ni siquiera me cayó una lágrima de remordimiento. Volví caminando a la pieza de Valentín y me acosté sin ceremonias.

Ahora estoy más tranquilo. Dormí poco pero no soñé nada desagradable. Es curioso, siempre pensé que pegarle a una mujer me haría sentir indigno de ser hombre y aunque me cueste admitirlo siento que los golpes me quitaron una carga. Lo de la cama de mi hijo es diferente.
Amontono las sábanas usadas y las tiro al suelo para llevarlas al lavarropa. No quiero que Valentín aparezca por sorpresa y las huela en el canasto. Es repugnante oler a padre. Saco de la cómoda un juego perfumado, lo tiendo sobre el colchón y dejo la cama mejor de lo que estaba, tanto que hasta Isabel va a dudar de que pasé por acá. Después recojo mi ropa y camino hacia el baño sin hacer ruido. No quiero despertarla todavía.

La ducha de esta hora es uno de mis pocos momentos de placer. César Ferri sobre la pila bautismal, regado con agua bendita. La regulo para que salga bien caliente y me quedo quieto dos o tres minutos, pensando en nada. Me pongo el champú y la crema de enjuague de Isabel; le uso la esponja, el jabón, paso otro rato enjuagándome y me seco con su toalla. Es la primera vez que lo hago, como si de pronto tuviera la necesidad de frotarme contra esa humedad y no terminar nunca. Pero termino y hay tanto vapor que a tientas encuentro el inodoro. Hasta no hace mucho me avergonzaba orinar sentado. Ya no. Ahora no me importa si la luz está apagada o me olvidé de bajar la tapa; además puedo pensar en el futuro o remediar un descuido. Las sábanas de Valentín, por ejemplo, no puedo olvidarme de recogerlas antes de salir.

El vapor se disipa y encuentro lo de siempre: pelos en la bañera, agua hasta debajo de la puerta. Limpio y seco con parsimonia. En realidad me demoro porque tengo miedo de mirar al espejo y encontrar alguien que no soy yo. Me pasó una vez. Volvíamos de una semana en las sierras y me había crecido la barba. Cuando entré al baño vi una figura más parecida a mi padre que a mí. El primer impulso fue llenarme la cara de espuma, pero no me pude afeitar. Hace unos buenos años de eso. Desde entonces tengo cierta aprensión a los espejos. Normalmente llego con la cabeza gacha, cierro los ojos y me acerco hasta casi rozarlos con la nariz. Recién desde esa distancia me atrevo a mirar. A la barba nunca me acostumbré. Ha sido un buen disfraz pero nunca dejé de extrañar al antiguo Ferri. Así que es hoy o nunca, y la tijera está afilada. Junto un manojo de pelos grises sobre la barbilla y corto lo más al ras que puedo.

El que asoma no me desagrada. Suena vanidoso decir que no estoy mal para mi edad pero de alguna manera tengo que darme aliento. Voy y vengo con la maquinita, a pelo y contrapelo, y hasta imagino que soy uno de esos modelos publicitarios lampiños que le escaparon al acné. Me doy unas palmadas en las mejillas, me pongo la bata y salgo hacia la habitación.
Isabel duerme. Le cuesta respirar y ronca un poco. Mi plan es desnudarme y entrar en la cama como un amante furtivo. No tocarla, decirle al oído que me perdone y esperar que ella, dormida o despierta, me pida que la abrace.

Pero vibra el celular en mi mesa de luz, y aunque me sobran razones para no atender, atiendo. Te necesito ahora en el aeropuerto, Ferrito, viajamos a la capital, dice el gobernador. Le digo que no tengo la carpeta lista pero él insiste: se adelantaron los tiempos. Me gustaría decirle que hay algo más importante que esa reunión, más que cualquier candidatura, pero le digo bueno, ya voy. Al principio me sorprendían sus llamadas a cualquier hora y aunque ya pintara para vocero, como decía él, no podía disimular mi desagrado. Después supe que le divertía verme de malhumor y aprendí a impostar un tono amable que a la larga se convirtió en un sello distintivo.
Me pongo el traje, la corbata celeste y recojo el sobretodo. Quizás sea mejor que Isabel esté sola un rato, que también ella encuentre una justificación para lo que hice. La otra opción sería quedarme en la cama y que al gobernador lo acompañe el Papa a la capital. Podría ser, Ferri, por qué no, con un poco de carácter, quién te dice.

Salgo. Sería una irresponsabilidad faltar a mi trabajo en un momento clave. Además, por qué no puedo hacer las dos cosas, viajar a la capital y ayudar al gobernador con mi carpeta, volver a la hora de la cena y pedirle perdón a Isabel. Eso voy a hacer. Las dos cosas.

La miro desde la puerta de la habitación pero no encuentro cómo despedirme. Bajo la escalera y paso por el escritorio a recoger la notebook y la carpeta. No tengo tiempo de tomar café y menos de leer los diarios por Internet, aunque supongo que al gobernador no se le va a ocurrir tomarme lección o culparme por algún titular. Llego agitado al garaje, guardo la notebook debajo del asiento, la carpeta en la guantera y le doy arranque al Alfa. Brama como si fuéramos a la guerra.

jueves, 9 de octubre de 2008

Cuarto Oscuro



Este libro reúne las respuestas creativas de once autores cordobeses a una única consigna: elaborar un cuento relacionado con las elecciones. Sin otro límite que ese, el producto final es una muestra de visiones sobre la importancia y los pormenores del principal condimento de la democracia, el hecho mismo de votar y sus implicancias sociales e individuales. Atravesados por ese hilo común, el resultado es, sin embargo, un collar de cuentos muy distintos cada uno con un particular enfoque, en el que los lectores pueden descubrir el trazo de noveles autores o reencontrarse con el probado buen estilo de escritores ya consagrados.

  • Gusanos Joge Londero
  • Afiches Fernando López
  • La mandona Roberto Battaglino
  • Los ojos del ciego Jorge Cuadrado
  • Padrón Carlos Presman
  • El desvío Diego Tatián
  • Narcisa Cristina Bajo
  • Indigestión José Playo
  • La causa Miguel Clariá
  • La única vez que no voté Reyna Carranza
  • El comediante Carlos Schilling